marzo de 2018
María Agud Fernández.
Jagsi R. New England Journal of Medicine 2018;378(3):209
Más de la mitad de las mujeres estadounidenses han experimentado insinuaciones sexuales inapropiadas en algún momento de sus vidas. Esto sucede tanto en situaciones de debilidad, como cuando son tan fuertes que desafían las jerarquías tradicionales. La autora de estas afirmaciones y esta carta ha realizado un estudio sobre acoso sexual en el entorno laboral en medicina. Una entrevistadora le preguntó si la realización de dicho estudio estaba en relación con haber sufrido acoso sexual ella misma. En la carta relata cómo se apresuró a contestar que no y el disgusto que le produjo consigo misma la rapidez para desmentirlo. Una de las razones para esta negativa apresurada fue que no quería que nadie pensara que sus colegas de trabajo estaban implicados, pero la otra razón es que las víctimas sufren marginación, represalias y estigmatización, y todo ello hubiera interrumpido la divulgación de los resultados del estudio y su actividad profesional.
Incluso en la era #MeToo, denunciar el acoso no es fácil. La autora explica cómo muchas mujeres callan porque piensan que de algún modo provocaron las conductas de acoso, también porque saben que tras la denuncia quedarán señaladas, afectará a su futuro profesional y serán tildadas de problemáticas. Aún es más difícil en el caso de que la ofensa proceda de una eminencia o alto cargo.
La autora relata cómo los astrónomos han ideado un sistema de rescate que consiste en que mujeres de rango superior portan insignias en las reuniones científicas. Su papel es alejar a sus colegas de situaciones comprometidas. No se hacen preguntas, pero se fomenta y se facilita la denuncia. El objetivo es proporcionar una ayuda libre de juicio a la víctima. Es vergonzoso que un sistema como este se requiera en una ambiente profesional. La medicina, lamentablemente, no es un entorno libre de estas conductas.